viernes, 26 de agosto de 2016

La modestia de José Delarra




Por María Elena Balán Sainz
  En el ir y venir por la amplia explanada, sobresalía ese hombre de
figura imantada, al que seguíamos con la veneración que despierta en
los jóvenes un artista de su prestigio. Nos sentíamos parte de la
realización de aquel monumento en Holguín, donde se erigía la primera
plaza construida después de la Revolución en el país.
  Éramos miembros del Comité de Base de la Unión de Jóvenes Comunistas
y en las noches tuvimos el privilegio de compartir las horas de
trabajo voluntario con el creador de aquellas esculturas, José Ramón
de Lázaro Bencomo (San Antonio de los Baños, 1938 - La Habana, 26 de
agosto de 2003), quien trascendió en la historia de las artes
plásticas en Cuba y el exterior como Delarra, su nombre artístico.

Plaza
Calixto García Iñigue. Obra de José Delarra















En su taller de  la Calle O’ Relly y Villegas, en La Habana Vieja,
nos encontramos transcurridos varios años de la conclusión de la Plaza
Calixto García Iñiguez con Delarra, allá por el año 1997, para indagar
sobre el monumento a Ernesto Che Guevara en Villa Clara, donde se
ubicarían los rostros esculpidos por él de los 38 combatientes
cubanos, bolivianos y peruanos caídos en Bolivia, luego del hallazgo
de los restos mortales del Guerrillero Heroico y de sus compañeros.
  Una atmósfera ensoñadora se respiraba en aquel sitio, donde
aparecían esculturas, junto a fotos, lienzos y acuarelas, reveladores
de los secretos del estilo de este creador, quien definió a los
conjuntos escultóricos salidos de sus manos como novela y poesía a los
trazos sobre tela o cartulina, con un lirismo de inusitada fuerza.
  Allí volvimos a disfrutar de su cordialidad y escuchamos con gran
interés acerca de su proyecto, como siempre válido, al tomar los
aportes de la historia como un medio para expresar lo que palpita en
nuestro sentir.
  Por eso y otras muchas evidencias muchos calificaron a Delarra como
cronista de la Revolución o también como escultor del Che, dada la
cantidad de obras inspiradas en el Guerrillero Heroico que creó.
  Lástima que se le reconozca más como escultor y no se exalte en su
justa medida su quehacer como dibujante y pintor.
  Las figuraciones de Delarra se plasmaron en lienzos y acuarelas con
gallos y caballos, cuyo simbolismo de virilidad y fuerza constituyen
expresión de la identidad nacional. Mujeres con rostros y volúmenes
velados se entrelazaron igualmente  entre los corceles y las aves en
ese cosmos creativo, para tejer un lazo mágico cual si fueran
deidades.
  Sus pinceles se recrearon en una rica variedad cromática y dieron
vida a emociones y remembranzas, con una carga de virtuosismo en cada
obra.
  Hombre sencillo, a pesar de su grandeza artística o tal vez por
ella, pues la modestia es virtud que glorifica, José Delarra siempre
estuvo ajeno a crear con el fin de obtener remuneraciones económicas y
se dio al arte con la satisfacción de quien siembra una semilla para
beneficio de todos.
  Así fue durante toda su existencia, y a lo largo del tiempo cuando
departíamos con él en la apertura de sus exposiciones o nos enviaba
una felicitación de fin de año y se percibía ese deseo de traer a la
vida cotidiana la trascendencia de figuras como José Martí, el Che
Guevara, Antonio Maceo, Calixto García y tantos otros luchadores como
Rubén Martínez Villena o los esposos Rosenberg.
  Su vasta obra abarca esculturas en otros países como México, Ecuador
y España, mientras a lo largo y ancho de la Isla se pueden apreciar en
la Plaza de la Revolución en Holguín y en Bayamo, en el monumento a
Antonio Maceo en San Pedro, en el Che de Santa Clara y otros muchos,
como muestra de su amplio quehacer artístico.
  Ahora, cuando se cumple el décimo tercer aniversario de su deceso,
ocurrido en La Habana, a consecuencia de una afección cardíaca el 26
de agosto de 2003, estas líneas rinden homenaje a ese relevante
exponente de las artes plásticas cubanas, cuyo legado debe ser
divulgado con más sistematicidad para que no se pierda su memoria
histórica. (Por María Elena Balán Sainz, ACN)

jueves, 25 de agosto de 2016

José Delarra, sus sueños en el barro


El 26 de agosto del 2003 falleció en la Habana el pintor y escultor José Ramón de Lázaro Bencomo (Delarra) (San Antonio de los Baños,1938- La Habana,26 de agosto de 2003).
Prestigioso exponente de las Artes Plásticas cubanas diseminó su obra monumentaria en varias provincias del archipiélago cubano como las Plazas de Holguín, Bayamo y Santa Clara y su mano maestra dejó huellas en Angola, Ecuador, España y México.
Sirvan estas líneas como homenaje de un entrañable amigo:  Wilfredo Díaz Rosales, pintor y escultor bayamés y en el mío propio.
No hay lágrimas, no señor, para un hombre de ese calibre.

Por Gloria Guerrero Pereda

La noticia rompió el encanto de un cielo despejado, partió en dos el aroma del café mañanero y se instaló como espina en el tiempo de quienes no pueden asistir a un adiós improvisado, de quienes quieran o no, tendrán que quedarse con la última sonrisa, la última palabra, el último gesto compartido.
Eran apenas las ocho de una mañana lúcida, transparentemente implacable que se había llevado quizás en un instante de descuido a nuestro amigo más querido, un hombre gigante en bondad y sabiduría, con un humor a prueba de fuego, una sonrisa dulce y unas manos que convertían el  barro en sueños y el hormigón en fantasías.
Con extraordinaria sensibilidad, Delarra, logró cambiarse en mucha gente, hizo tomar al arte su verdadero valor para que su obra se convirtiera en la obra del pueblo: La Plaza de la Patria de Bayamo, amor de hormigón y acero donde habita con su sentimiento de rebeldía,  la historia  de Cuba.

Durante la realización del monumento de la Plaza de la Patria.
Cinco meses de lluvia y sol, de noches escapadas al sueño, de sustos y contratiempos, de pequeñas victorias ganadas a fuerza de empeño, sólo luz en la plaza que nacía milímetro a milímetro. 
Pero ahora eran apenas las ocho de una mañana lúcida, tranparentemente implacable, la mañana del 26 de agosto del 2003 y Delarra se nos había ido. 
Levanté el teléfono como quien no tiene otra opción, pero no llegué a marcar número alguno. Muchos estarán consternados en Bayamo-pensé- y en eso, Wilfredo apareció en la puerta de mi casa. Qué hacemos?, me dijo.. le contesté con impotencia: ¡¡llorar¡¡. Pero las lágrimas no salieron. No se llora a un hombre de ese calibre.