domingo, 25 de julio de 2010

José Delarra: “Me considero un escultor que pinto”








Por Estrella Díaz
Fotos: José Robleda




A José Delarra tuve la suerte de entrevistarlo, por primera vez, en septiembre de 2001 y hasta hoy esa conversación permaneció inédita; me anima publicarla ahora el que Villa Clara está de fiesta por el 26 de Julio, Día de la Rebeldía Nacional, y allí él dejó para la historia de la nación cubana el mayor complejo monumental edificado en Cuba después del 59.
También —y no menos importante— porque el escultor, dibujante, ceramista, pintor y grabador (1938-2003) posee una impresionante hoja de servicios a la cultura cubana: 358 esculturas de pequeño formato en los más diversos materiales, 125 obras monumentales (20 de ellas emplazadas en México, Japón, Angola, España, Ecuador, Uruguay, entre otros países), mil 460 pinturas al óleo, tinta o acrílico, impartió cerca de un centenar de conferencias magistrales en prestigiosas universidades e institutos de varias latitudes, realizó 72 grabados y 58 obras cerámicas.
Con estas cifras que constituyen en sí mismas antecedentes, acerquémonos a la vida y obra de este singular artista que siempre dijo sentirse “un patriota cubano”.
¿Cómo nace la idea de construir el monumento?
Esta obra se soñó en septiembre de 1982 y nace con el propósito de construir una plaza en la que pudieran concentrarse los pobladores de Villa Clara. Concebimos que el monumento fuese muy sobrio y, además, que contuviese toda una serie de elementos de la historia, de manera que se convirtiera en un lugar educativo; no solo que reuniera valores estéticos, sino que pudiera contribuir a que el pueblo y las futuras generaciones conocieran qué sucedió en Santa Clara, también conocida como “la ciudad del Che”.
Es el complejo monumental más grande erigido en Cuba después del triunfo revolucionario…
Así es y contiene un friso donde se recogen las acciones desde el instante en que Fidel da la orden al Che y a Camilo de marchar en la Invasión —con los rostros de los invasores, muchos de los cuales cayeron posteriormente con él en Bolivia — y aspectos de la Batalla de Santa Clara. En ese friso se concentra la historia de la Revolución Cubana.
En el lugar más sobresaliente, está colocada la figura del Che, que aparece con su uniforme de guerrillero, su brazo en cabestrillo, el fusil en su mano derecha, en una actitud de caminar hacia el futuro. Es decir, que él no concluyó aquí su vida guerrillera, sino que este fue un hito importante dentro de ella. En una de las columnas fue colocado, grabado para la posteridad, la carta de despedida que el Che dejara a Fidel cuando marchó a otras tierras: son más de tres mil 600 letras de bronce incrustadas en la piedra.
Otro de los valores añadidos y hermosísimos de este monumento es que gran parte del bronce empleado fue donado por miles de cubanos que residen en las tres provincias centrales de la Isla. Ellos aportaron múltiples objetos de bronce que, al ser fundidos, forman parte de este conjunto.
¿Cuánto de compromiso y de responsabilidad personal siente que tiene este trabajo?
Cuando hacemos un monumento como este en la ciudad en que desarrolló su más importante y decisiva batalla, respondemos a un deseo de la gente. El escultor, como cualquier otro trabajador —los ingenieros, los que hacen los puentes — trabajan para responder a las necesidades de las personas. En Santa Clara, dimos respuesta a un anhelo de la gente cuando realizamos los monumentos a la toma del Tren Blindado, que fue una acción de la columna número 8 Ciro Redondo dirigida por el Che, y el erigido al Vaquerito, porque todos estos acontecimientos están ligados a la historia y los sentimientos de los pobladores de Las Villas.
Ellos quieren que esa personalidad y esos hechos queden reflejados como hitos de la provincia; y para el artista constituye un altísimo honor —que se cumple con un sentimiento y una actitud revolucionarias— asumir esta obra que trasciende las fronteras de la provincia y del país y constituye referente imprescindible para todo aquel que quiera conocer más de la vida y la trayectoria del Comandante Ernesto Che Guevara.
¿Cuándo enfrenta una escultura intenta humanizar a esas personalidades?
Cuando uno va a hacer un monumento, estudia muy a fondo el personaje o el hecho histórico o el lugar. Hay que leer mucho y casi como un actor meterse en el papel, en la dermis y la epidermis de la personalidad que vas a abordar, en los huesos y también en el corazón.
En Santa Clara están dos monumentos completamente diferentes, pero sobre un mismo hecho: el del Che —en el que la figura es muy realista — y el del Tren Blindado donde predominan las formas geométricas. ¿Qué sucede?, podía haber puesto liliputienses atacando a esos vagones de ferrocarril, pero eso no daba la idea del hecho, sin embargo, las cuñas gigantescas de hormigón que se proyectan contra los vagones o una explosión que da la sensación del ataque aéreo a toda Santa Clara es más descriptivo que si hubiera colocado hombres.
El monumento al Tren Blindado es muy agrio…
El hecho fue agrio, pero lo importante está en saber utilizar el simbolismo escultórico. En el monumento al Che, están los pliegues de la camisa, está el parecido, están los relieves y la misma concepción del monumento intenta reflejar la personalidad del Che. Pero, el del Tren Blindado —que es un hecho relacionado— la forma de ejecutarlo es completamente distinta.
Su padre fue zapatero y herrero, un hombre que tenía aptitudes y actitudes para transformar objetos, ¿de él heredó la inclinación por hacer cosas con las manos?
¡Claro que sí!, e incluso mi padre cuando era niño soñaba con estudiar en San Alejandro, pero la realidad de su época se lo impidió. Uno de los recuerdos más remotos que tengo de mi padre, es haciéndome un dibujo que aquel momento me pareció maravilloso, ahora, sinceramente, no sé qué diría.
¿Y el hecho de que de niño haya estado rodeado de herramientas, pudo condicionar algo en usted?
Por supuesto, el olor de los materiales, el filo de las herramientas… mi primera escultura debo de haberla hecho alrededor de los ocho años y recuerdo que no pretendía hacer una escultura. Frente a mi casa se derribó una rama de un árbol y con la chaveta de zapatero comencé a tallar un bate para jugar a la pelota, pero no me salió muy bien y los otros niños del barrio lo bautizaron como “siete curvas” por la cantidad de ondulaciones que tenía, es decir, que pretendiendo hacer un bate hice mi primera escultura.
Nació el 28 de abril de 1938 en San Antonio de los Baños, ¿eso que me cuenta fue en esa etapa?
No, mis padres se mudaron de San Antonio cuando yo tenía meses de nacido. Lo que sucede es que siempre he tenido mucho vínculo con San Antonio porque allí fundé la Escuela de Artes Plásticas y siempre he estado muy pendiente del movimiento cultural que se ha promovido en esa localidad.
San Antonio ha dado muchos artistas de la plástica, ¿cuál cree que sea la magia?
Eso es un enigma, igual que el que tiene Ciego de Ávila con las voces, con los locutores. Eso es a nivel de misterio y creo que es mejor dejarlo ahí.
Usted es graduado de la Academia de Arte de San Alejandro y con el paso del tiempo fue profesor y luego su director.
Era el momento en que los directores eran seleccionados a partir del propio claustro, es decir, que los directores salían de allí mismo. Para mí fue importantísimo porque era muy joven —tenía apenas unos veintitantos años — y constituyó un reto, pero a la vez lo interpreté como una gran confianza depositada en mí. Eso fue en el año en que San Alejandro cumplía los 150 de fundado. En mi casa había una tradición de maestros: mi padre lo fue, igual mis tíos, es decir, que una parte importante de mi vida la he mezclado entre la creación artística y la docencia.
¿Y le aporta la docencia?
Actualmente no la ejerzo, pero sí me ha aportado mucho porque cuando uno va a explicar algo tiene que estar seguro de lo que va a decir. Y ese grado de retroalimentación lo nutre a uno. Lo que ingenuamente hace o pregunta un estudiante puede ser para el profesor toda una sorpresa y una revelación.
Sé que usted es fundador del Taller Experimental de Gráfica de La Habana, ¿cómo evoca su etapa de grabador?
Por entonces, era funcionario del Consejo provincial de cultura de Ciudad de La Habana y un día íbamos en un automóvil Orlando Suárez —pintor y muralista —, el pintor chileno José Venturelli y yo por la calle Ayestarán. Pasábamos frente a Litográfica de La Habana y vimos cómo las piedras litográficas la habían puesto en la acera los trabajadores a manera de trincheras y nos quedamos pasmados porque aquello era de una riqueza tremenda. Estoy refiriéndome al año 1962. La litográfica hacía unos años que había dejado de trabajar en lito, es decir en piedra y se había comenzado a imprimir en offset, o sea, en metal. Nos acercamos allí y logramos que nos dieran las piedras.
Ustedes recogieron esas piedras y se las llevaron…
Las piedras, las prensas y a un viejo litógrafo —ya jubilado— llamado Israel de la Hoya y con él en la Plaza de la Catedral —en un pequeño espacio que había sido caballería de la Casa del Marqués de Arcos — comenzamos a hacer el Taller de litografía que luego se extendió a todas las maneras del grabado. Más tarde fue trasladado hacia enfrente donde está ahora el Taller Experimental de Gráfica de La Habana.
Y ese trabajo con la piedra, que es tan cercano, ¿tiene algún encanto especial?
El escultor es, generalmente, dibujante y tiene que ser un buen dibujante. En una escultura —en sus 380 grados—, la silueta cambia en cada uno de esos dibujos. La litografía no es más que dibujar sobre una piedra y hay que ver la piedra como soporte para dibujar y no para tallar.
El alemán Aloys Senefelder, que fue el descubridor de la litografía, era un escritor de poca monta que un día escribió sobre una piedra que se utilizaba para embaldosar las calles y le dejó a la casera una nota en la que le decía que le lavara la camisa o no sé qué, pero utilizó —sin saber— un lápiz graso. Luego quiso borrar aquello porque le daba pena y vio que quedaba la huella en la piedra. A partir de ahí inició todo un trabajo, y llegó a ser más famoso como descubridor de la litografía que como escritor.
En diciembre del año 1996, usted le hizo una cabeza al destacado pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, también un gran amigo de Cuba, ¿en qué paró ese trabajo?
Oswaldo y yo somos grandes amigos e incluso, en un libro que escribí hace unos años incluí una semblanza sobre él.
¿El libro es Laminario de las artes plásticas?
Exactamente. Un día le dije a Guayasamín: ¡oye, te voy a hacer una cabeza!, pero quiero hacer tu cabeza a partir de una de esas montañas que rodean tu ciudad.
¿Quito?
Sí, Quito es una planicie en medio de ese conjunto montañoso y nos fuimos a mi estudio que está en La Habana Vieja, por cierto que sucedió una cosa interesantísima: cuando llegó Guayasamín, pasaba un grupo grandísimo de niños de una escuela primaria, lo reconocieron y le gritaban ¡Guayasamín!, ¡Guayasamín! Le digo: te juro que esto no lo preparé ni mucho menos. Así, ese día empecé a hacerle la cabeza de una forma tan hermosa y alegre.
¿Con qué material la modeló?
Con barro. Durante el tiempo de hacer la cabeza yo establezco con el modelo una conversación en la que no permito que nadie intervenga porque quiero que ese hálito, que es la vida, flote y yo pueda atraparlo del aire y meterlo en el barro. Cada pintor o escultor que hace retratos, tiene sus métodos y en esa conversación con Guayasamín empezamos a hablar de una serie de cosas. Recuerdo que hablamos sobre las Cuevas de Altamira, de la Capilla del Hombre y me contó que cuando él estaba haciéndose un autorretrato —que iba para la Galería de los Uffizi, en Florencia, Italia —, el espejo en el que se estaba mirando para observarse se cayó y se rompió. Seis meses después me lo encontré y le comenté, ¿sabes lo que me pasó? cuando estaba haciendo el molde de tu cabeza me dio un infarto y por poco me muero, entonces, decidí que no te hago ni una cabeza más (risas).
¿Pero tengo entendido que esa cabeza se hizo y que está en estos momentos en Ecuador?
Sí, allá está.
¿En la “Capilla del Hombre” —que aún es un sueño y de la que Guayasamín ha dicho “que más que una Capilla, es una Catedral”—, se está proyectando una escultura pedestre suya dedicada a él ?
Ahora trabajo en los bocetos porque la Fundación me ha pedido que haga un proyecto de una figura pedestre de Guayasamín y otra para colocarla, tal vez, en algún lugar de La Habana y de manera que fuera él caminando por estas calles que con tanta curiosidad desanduvo. Guayasamín era un espíritu increíble, a él le interesaba todo, todo lo teorizaba y a todo le buscaba el verdadero valor.
¿Qué altura tendrá esa escultura?
Más o menos la misma que la de Guayasamín, que no era muy alto; medía alrededor de un metro y 60 centímetros .
Y ya que estamos hablando de personalidades, usted ha dicho más de una vez que es un profundo admirador de José Martí, del Che y de Bolívar y sé que en España ha trabajado la figura del Apóstol.
En España y en Cuba para lo que fue el despacho de Nicolás Ascárate, en La Habana Vieja, donde Martí trabajó un breve tiempo de 1879, alrededor de 1980, hice una tarja que la develó el doctor Eusebio Leal. Pero, la figura de Martí la estoy trabajando desde niño. Tengo una foto en la que debo de tener unos 11 años y en ella aparece una cabeza de Martí que estoy modelando. Luego, he hecho monumentos a Martí en España, en Cuba, en México —en Cancún específicamente — hay un monumento gigantesco al Maestro. En Cuba, en muchísimos lugares… creo que he perdido la cuenta.
Y cada acercamiento martiano qué le aporta, ¿acaso no se le agota el tema?
Siempre aparecen nuevos aspectos y te recuerdo que yo fui quien hizo la Orden José Martí. Esa es otra manera de hacer la escultura: la miniatura, el arte de la medalla que lo aprendí en Roma con un escultor a quien ayudé durante mis años mozos.
¿Qué se requiere para ser un escultor, es decir, qué condiciones hay que poseer?
La escultura como práctica es minoritaria en el mundo entero; del total de todos los artistas de la plástica, los menos son los que se dedican a la escultura que es una especialidad que comprende muchas técnicas, profesiones y oficios como la talla, el modelaje, confeccionar los moldes de yeso, tallar madera, mármol o granito, soldar, utilizar materiales modernos, en ocasiones valerte de la industria y, a veces, hasta de la industria desarrollada. Cuando se va a emplazar la escultura monumental, por ejemplo, hay que tomar en cuenta más aspectos todavía: los elementos biológicos, la resistencia del suelo, la resistencia de esa obra a un viento huracanado, en la salinidad —que existe en todas partes de Cuba—, pensar en las plantas, en la iluminación, es decir, en todo el entorno y que esa obra se pueda apreciar de día, de noche y bajo cualquier circunstancia.
La escultura obliga, entonces, a una gran interrelación con otras especialidades…
Se necesita mucho el apoyo de otros especialistas y, también, el ir acumulando un conocimiento de diversas profesiones e incluir a ingenieros, arquitectos, historiadores, etc. y, además, es un trabajo de gran esfuerzo intelectual y físico. El escultor tiene un momento solitario y otro en que se une con muchas gentes. Cuando concibe su obra, lo hace solo en su taller, invierte un gran tiempo en buscar ideas, soluciones, pero cuando tiene en sus manos el proyecto, la idea básica, es cuando comienza a juntarse con los demás, pero no solamente con especialistas, sino con obreros y constructores que tienen que levantar paredes, pisos: todo el soporte de la escultura es una construcción arquitectónica. También se depende de las dimensiones: si es pequeña es más sencilla, si es más grande todo se complica.
¿Acaso el gran esfuerzo físico que requiere la especialidad es lo que hace que existan —a nivel mundial— más escultores hombres que mujeres?
La escultura es muy costosa y requiere de mucho tiempo: en el mismo lapso en que hago una sola escultura puedo pintar varios cuadros. A pesar de que estudié escultura y pintura y siempre he pintado —fui hasta copista en el Museo del Prado—, es decir, que he practicado la pintura toda mi vida, me siento más escultor.
En cuanto a lo de la mujer, efectivamente el trabajo es muy fuerte: casi todos somos cojos, herniados, tenemos problemas en la columna vertebral, las manos las tienes siempre heridas…
¿Y vale la pena?
Vale la pena. El escultor es un ser de mucha voluntad y de permanencia. Por otro lado, cuando pintas un cuadro le entregas al público dos cosas: formas y color; pero la escultura generalmente es monocroma y creo que por eso para ser escultor se necesita una sensibilidad más refinada.
Dice que trabajó en el Museo del Prado, ¿esa experiencia de haber sido copista en esa prestigiosa institución española para qué sirvió?
Un copista persigue dos funciones: una de ellas es sobrevivir —vender la copia que hace al turista— y la otra profundizar en las soluciones técnicas que un pintor del pasado dio a su obra.
El Greco pintaba por veladuras y eso significa que el color que ves no es el que él dio porque la veladura es como cristales que se superponen y esos aceites son de linaza con otro color, es decir, que tienes que averiguar qué preparación le dio a la tela antes de pintar. En el caso de El Greco hacía lo que llamamos la imprimación de la tela en tonos sepias y, a veces, en la obra dejaba esos espacios para que se viera el fondo; cuando copias a Velázquez te das cuenta que era un pintor colorista cuya paleta se basaba en tres colores, y eso es una de las cosas más maravillosas. En la etapa de formación de un pintor es importantísimo conocer esas soluciones de los viejos maestros, incluso para ir en contra de ellas. Siempre digo que para ir en contra de algo hay que conocerlo y dominarlo.
¿Cuáles considera que son las funciones esenciales de la escultura?
Son muchas: está la escultura de pequeño formato que se coloca dentro de un hotel, en una casa y que embellece el entorno íntimo; está la escultura de exteriores que puede ser de carácter histórico-conmemorativo o ambiental (antes se decía decorativa) que tiene la función de embellecer el entorno y puede ser una fuente o una escultura que se integre arquitectónicamente al espacio. Esto no quiere decir que la escultura de carácter histórico no tiene que ser también hermosa.
La escultura monumentaria se divide en dos grandes vertientes: la épico-histórica y la ambiental y usted ha trabajado las dos variantes.
Cuando triunfa la Revolución, el país está huérfano de monumentaria-épica. Los monumentos que habían emplazados en La Habana y en otros puntos de la Isla habían sido hechos por italianos, españoles o franceses —a excepción de dos o tres— y los escultores cubanos nada más podían hacer el pequeño busto y esas cosas.
Ante nosotros teníamos la tarea inmensa y hermosa de comenzar la monumentaria cubana hecha por cubanos y, además, de formar a gentes jóvenes que iban surgiendo para que adquirieran todos los conocimientos que habíamos amasado durante tantos años en Cuba y en el exterior. La monumentaria cubana era una pasión, también, de nuestra época de estudiantes en la que soñábamos que nos diesen un espacio y que tuviéramos un encargo para poder hacer esas obras a nuestro estilo y con el conocimiento de nuestras personalidades históricas. Este ha sido un trabajo tremendo, pero paralelo a eso también teníamos que hacer una monumentaria ambiental que llenase espacios de distracción. Ambas fueron caminando del brazo.
Estamos hablando de una especialidad que es muy costosa y en Cuba ha habido períodos en que las condiciones económicas reales han frenado los deseos de hacer. ¿Cómo ve el futuro de la escultura monumentaria en nuestro país?
Estoy seguro de que va a seguir creciendo. Al inicio de la Revolución había un grupo bastante reducido. Las escuelas de arte han generado valiosísimos y talentosísimos artistas en número mucho mayor del que éramos nosotros. La visión del país cada día crece y también las necesidades unidas al desarrollo de la cultura general a nivel de nación. Estoy seguro de que dentro de algunos años va a crecer; durante el llamado período especial los escultores se volcaron hacia la industria hotelera, pero con la estabilización de la economía, la escultura de bien público tiene que alcanzar un mayor rango. Seguro.
En la década de los 80, usted afirmó que “el arte hay que ponerlo en el camino de los hombres”, ¿quizá de ahí parte esa obsesión por hacer monumentos?
El monumento está en el camino de las personas; las ciudades no son solamente lugares donde hay casas, sino donde hay parques y fuentes, donde hay avenidas y precisamente el monumento —ya sea épico o ambiental— es ese descanso necesario en la vista del transeúnte que produce un placer estético. Esa afirmación se refiere a que la escultura sobre la pintura, tiene esa ventaja porque para ver pintura hay que entrar a una galería o a un museo o a algún lugar cerrado aunque hay algunos murales en exteriores, pero son pocos como por ejemplo el de Amelia Peláez en el Hotel Habana Libre. La escultura tiene esa posibilidad de interrumpir o hacer el descanso obligado del caminante.
La escultura tiene la magia de los espacios abiertos y la pintura en encanto, el recogimiento, de lo cerrado. Usted decía que “la vida y la escultura son una misma cosa” ,¿ve constantemente la vida a través de la escultura?
En realidad, todos los artistas ven la vida a través de su arte y nos sentimos como el ombligo del mundo con lo que hacemos. Esa afirmación es una realidad, pero no solamente cuando estamos despiertos; en muchas ocasiones estoy dormido y cuando abro los ojos, de repente, encuentro soluciones que el día anterior no las había alcanzado.
A usted se le conoce más como escultor que como dibujante o pintor e incluso hay críticos que dicen que “es difícil encontrar un dibujo dulce de Delarra”,¿acaso la escultura monumentaria por su fortaleza ha influido y se ha metido en el dibujo?
Me considero un escultor que pinto; dibujar no porque es la columna vertebral de las artes plásticas y fíjate que todo el mundo dibuja sin darse cuenta: si me vas a dar la dirección de tu casa me haces un plano; escribir es un acto de dibujar ideas y el niño dibuja y luego los adultos lo entorpecen y cuando pasa el tiempo no son capaces ni de hacer un pollito y, sin embargo, cuando eran pequeños sí podían. Eso sucede.
Reitero que me considero por encima de todo un escultor y tengo que aclarar que una cosa es ser dibujante y otra escultor. La pintura es la maravilla, la poesía del color y cada pintor tiene su color. Por ejemplo, uno puede identificar a un familiar por la escritura y al pintor, cuando llega a madurar completamente, por su color y línea de dibujo que son personales; es cuando se dice: adquirió una personalidad que lo identifica y lo diferencia de los demás.
¿Cree en la inspiración?
Sí, pero creo mucho más en el trabajar cada día. El trabajo constante es lo que perfecciona. Lo mismo que un atleta perfecciona sus músculos a través del ejercicio o una bailarina de ballet mejora su técnica y su línea, la escultura y la pintura se ejercitan haciéndola, incluso, el músculo de la mano se afina con el ejercicio. Llega el momento en que uno puede hacer una circunferencia de un solo trazo sin necesidad del compás. Hay una anécdota de Miguel Ángel en la que se dice que él andaba por Florencia y alguien lo llamó y le dijo: mira esta es una circunferencia hecha por Leonardo de un solo trazo en la pared ¿usted sería capaz? Y respondió: no, yo sería capaz de ponerle el punto del centro.
Hace más de 38 años tiene su taller ubicado en la Calle O’ Relly y Villegas en La Habana Vieja, ¿hasta qué punto La Habana Vieja ha sido tema de inspiración?
Dije que había nacido en San Antonio de los Baños y que muy tempranamente mis padres se mudaron para La Habana y se asentaron en la Calle Luz y Acosta, en La Habana Vieja, y luego para el Cerro.
Después puse mi estudio en La Habana colonial cuando aún no estaba en moda, como lo está ahora, pero ya algunos artistas comenzaban a fundar sus talleres y caminábamos y conversábamos; he sido testigo del deterioro de La Habana Vieja y también participé de todo el desarrollo que Leal ha ido alcanzando con todo ese sentimiento vibrante de hacer renacer la ciudad.
El caballo, el gallo y la mujer, ¿tres de sus grandes temas?
Esos tres temas los he usado más en la pintura que en la escultura aunque el caballo sí lo he usado en la escultura. El hecho es que cuando pinto los caballos —unidos al paisaje urbano de La Habana Vieja, de los viejos palacios, de la Plaza de la Catedral, del Palacio del Marqués de Arco, del Conde de Jaruco —, pinto el caballo como saliendo, como en un sueño, en transparencia como abandonando esos lugares. En ese momento el caballo no es el caballo, sino simboliza al criollo que nació y se formó en esos palacios, pero que sale en busca de la independencia. El caballo está mezclado al sentimiento del mambí y a nuestra nacionalidad.
¿Y el gallo?
El gallo en el gallinero marca su territorio y entra ahí quien él quiere y quien no quiere no entra. Es como el sentido de propiedad; en este caso, el gallo no se presenta como el machismo o como la virilidad, sino como símbolo de dignidad de “esto es mío y hago aquí lo que me parezca".
¿Y la mujer?
La mujer es la espuela. Toda explicación, sobra.

(Tomada de La Jiribilla: http://www.lajiribilla.cu/2010/n481_07/481_13.html)

El Che de Delarra, escultura del tiempo















Por Dayneris Machado Vento• Santa Clara. Fotos: Archivo y La Jiribilla


Quién puede negar que el Che camina aún rumbo al sur de América, el brazo en cabestrillo, las botas hechas al abrupto camino de la rebeldía. Si la foto de Korda inmortalizó su rostro, toda su acción se hizo poesía en los trazos de la monumental escultura de bronce que, hace ya 22 años, nació de las manos de José Delarra (La Habana 1938-2003), para coronar la Plaza de la Revolución de Villa Clara.
"No esculpí simplemente al Che de la batalla de Santa Clara —declaró el artista en una entrevista—, aunque tiene su brazo izquierdo enyesado, como en aquellos días. La figura está orientada hacia el suroeste, como si viniera del oriente de Cuba y torciera hacia la izquierda en busca de su destino".
Muchos aseguran que nunca estuvo el guerrillero en la Loma de la Tenería, donde se levantó el Complejo Monumental en su memoria. Pero en plena década de 1980 un plan de urbanización proponía el traslado del centro de Santa Clara hacia la zona occidental de su circunvalación, alrededor de la cual crecerían edificios de gobierno y viviendas.
Una decisión más urbanística que histórica determinó que la plaza se erigiera en su locación actual. Desde allí, solo su belleza y magnificencia podían hacerla merecedora del valor cultural y arquitectónico que en definitiva ganó para la provincia.
Ante tan magno reto, Delarra concibió y forjó todo el Conjunto escultórico con simetría alargada y rectangular, llenando el espacio con murales, frisos y altas jardineras colmadas de solandas amarillas. Ismary Fernández, especialista principal del Complejo, cuenta que “la plaza se pensó como un lugar sencillo, donde desfilaran los villaclareños en días significativos. Desde que se culminó, en 1988, comenzó a recibir público interesado en la escultura del Che; pero a partir de 1997, con la llegada de los restos del guerrillero y su grupo en Bolivia, el número de visitantes aumentó”.
La directora del Complejo Fe García asegura que, a pesar de las transformaciones que fueron necesarias entonces, “la misión siguió siendo la misma: formar valores culturales, éticos y políticos al divulgar el pensamiento y la obra de Ernesto Guevara dentro y fuera de Cuba”. Para lograrlo “no podemos perder de vista la conservación preventiva, muy importante para el trabajo con todos los fondos y en todas las secciones del Complejo. Este sitio ya acumula 22 años, el mismo tiempo que lleva la estatua en su pedestal”.
Razón de más para que, desde febrero de 2010 y hasta hace muy poco, andamios y constructores rodearan el icónico Che de la Plaza santaclareña para darle mantenimiento por primera vez en toda su historia. Las complejidades de la rehabilitación estuvieron en la altura de la escultura, su peso e inclinación, los mismos retos que afrontaron el escultor, los arquitectos, obreros e ingenieros que la vieron nacer.
En 1988, contaba Delarra su conmoción al colocar, a 30 metros de altura, una pieza de 20 toneladas, ajustada a su base por 12 pernos. Para los villaclareños fue impresionante ver la pieza entre andamios durante meses, tanto como lo había sido su izaje. La ausencia física de Delarra, desde el 26 de agosto de 2003, convertía la rehabilitación de la escultura del Che Guerrillero en meta aún más compleja. Pero el ingeniero estructural Pedro Nolasco Ruis estuvo todo el tiempo a pie de obra, atareado entre gratos recuerdos del pasado.
Celador del ayer
En 1988, Pedro Nolasco era director del Buró Técnico de la Facultad de Construcciones de la Universidad Central de Villa Clara, un aparato creado para proyectos y consultorías con alumnos y profesores jóvenes.
Asegura que nunca se atrevió a preguntar al artista por qué lo llamó tantas veces para trabajar después de su primer encuentro, en el Monumento al Tren Blindado. Quizá por la empatía que desarrollaron en medio del trabajo, quizá por su seriedad ante cada detalle; lo cierto es que, hasta el presente, Nolasco es parte indispensable de la obra más conocida de Delarra.
“Las grandes esculturas que existían en Cuba, al menos hasta que se fundiera la del Che de Santa Clara, habían sido en su mayoría hechas en Italia. En ese país existe un método conocido como cera perdida, con el que se crea la estatua empleando cera, se coloca un molde contra otro, se vierte el bronce, y la cera se escurre por el calor. Gracias a esa técnica se crean estatuas de una sola pieza, que por muy grandes que sean tienen una enorme resistencia. Pero la dirección de la Revolución decidió hacer en Cuba la escultura que presidiría la Plaza, y hacerla con bronce cubano, con artistas e ingenieros cubanos.”
Más de dos décadas después de aquel trabajo, ante la inminente reparación de la escultura del Che Guerrillero, Nolasco fue de nuevo convocado a velar por que se conservaran los toques del artista y el tiempo.
Es común escuchar que todo el pueblo participó en la forja de la escultura del Che.
El bronce se obtuvo de las donaciones que el pueblo organizó por cada barrio. La gente entregó pequeñas piezas más o menos antiguas, candelabros, esculturas diminutas. Para fundir el bronce hubo que ir a una empresa que se llamaba en aquel momento Cubana de Bronce, en el municipio de Guanabacoa, en Ciudad de La Habana, y como los hornos que ellos tenían eran muy pequeños hubo que hacer 32 piezas para unirlas después por soldadura. Esta técnica no era confiable para garantizar que la escultura resistiera el viento de las alturas y se decidió crear en su interior una estructura de acero, con la misma función de sostén del esqueleto en el cuerpo humano.
¿En esa fase intervino usted?
Participé en todas las etapas, desde la ubicación de las piezas en La Habana, la transportación para Santa Clara, el ensamblaje en el mismo lugar donde se construía la Plaza hasta el montaje de la escultura. Pero mi función fue efectivamente hacer la plaza segura, lograr que con su estructura interna la estatua resistiera los embates de vientos huracanados a pesar de sus dimensiones monumentales y de la marcada inclinación con que la concibió Delarra para asemejar el paso del Che por zonas montañosas.
El escultor dijo más de una vez que si su obra un día caía, él caería con ella.
Desde que comenzaron los trabajos en la Plaza de la Revolución me liberaron de mi trabajo en la Universidad para que trabajara con Delarra a tiempo completo, al tanto de las necesidades estructurales de todos sus proyectos.
La estatua del Che fue polémica desde el punto de vista artístico. Hubo escultores que discreparon con las técnicas empleadas por Delarra; pero en el mundo del arte eso puede ser bastante frecuente. Yo siempre le decía a él: no te preocupes, si la estatua queda segura alcanzarás todo el reconocimiento, si se cae la culpa será mía. Él nunca se entrometió en mi trabajo, yo mucho menos en el suyo. La relación entre los dos fue tan buena que después me invitó a hacer otras cosas, hasta que enfermó. La última vez que lo vi había sufrido un infarto. Le pregunté qué iba a hacer a partir de ese momento y me contestó que él era escultor. Meses después falleció, con muchos planes aún en la cabeza.
¿Cuál fue el objetivo de esta reciente reparación de la estructura?
Cuando izamos la estatua, hicimos una protección de sus piezas de acero posteriores con un sistema electronuclear. Ese tratamiento garantizaba entre diez y 15 años sin que la corrosión dañara el metal, y habían pasado 22 sin que se renovara.
La rehabilitación se produjo por dentro de la escultura. Como sabíamos que en algún momento esa reparación sería necesaria, desde la creación de la tribuna concebimos una abertura de 60 centímetros en la base de bronce, a través de la cual se puede acceder a los pernos que la sujetan a su pedestal y a sus planchas de soporte. Desde ahí se renovó lo necesario y se trató el resto con convertidores de óxido.
En la rehabilitación no hubo riesgos artísticos. Todos recordábamos que cuando, en 1988, se terminó de ensamblar la obra, el escultor le hizo un tratamiento de ácido sulfúrico para que su bronce no relumbrara. Delarra decía que ese era un Che Guerrillero, lleno de tierra y sudor, y por eso quería que tuviera hollín y no brillo; él la quería justo como luce después de tantos años en la Plaza de la Revolución. (Tomado de La Jiribilla)

viernes, 9 de julio de 2010

Bronce, espuela y cabalgadura









Entrevista con José Delarra, autor del complejo monumentario Ernesto Che Guevara, erigido en Santa Clara, Cuba, y donde reposan sus restos y los de sus compañeros de la guerrilla boliviana. Foto: Eduardo Mojicas.


Por Flor de Paz y Orlando Ruiz

Al referirse a José Delarra, la poetisa matancera Carilda Oliver Labra dijo hace más de 40 años: “trabaja con avidez insaciable, vive la escultura y la belleza, cada vez con más pasión y dominio, como todas las formas del universo. El escultor existe en él continuamente con ardor de vivir en cada instante. El joven Delarra es un profesional en el sentido más firme de la palabra. La escultura es para él una sed, un arma, es como el agua, un encuentro o una despedida de amor.”
Y Carilda no se equivocaba. Después de cuatro décadas, entre los artistas que han hecho faena mayor inspirados en la historia y el heroísmo del pueblo cubano, sobresale por sus obras ese mismo hombre, a quien con justicia algunos han calificado como cronista de la Revolución.
El protagonismo de Delarra dentro de la plástica contemporánea está demostrado, aun cuando no se conozca en toda su magnitud lo hecho por él dentro y fuera de Cuba. Han trascendido los enormes complejos escultóricos de las plazas de la Revolución erigidas en varias provincias del país; en el memorial General Antonio Maceo, como homenaje al jefe mambí caído en San Pedro; y en el mayor monumento al Che existente en el mundo, en torno al cual también levantó, en la ciudad de Santa Clara un gigantesco conjunto escultórico, modelo de las ideas creativas más cercanas al sentimiento popular. De igual importancia es el monumento a la historia de México erigido en Cancún.
“Las primeras figuras que esculpí en mi vida fueron una cabeza de caballo y un busto de José Martí. Fue como una premonición: durante toda mi existencia me he dedicado a hacer caballos y héroes. Pero ha sido la Revolución misma la que me dio los mejores instrumentos para consagrarme a esta vocación.”
Junto a las tantas peculiares virtudes de este artista está el ser quien más ha llevado a la escultura la imagen de Ernesto Guevara. Ya antes de la caída del emblemático revolucionario en Bolivia, Delarra le había dedicado una figura en terracota, en la cual aparecía junto al Comandante Camilo Cienfuegos. Después de la muerte del Che, este cobró presencia permanente en las realizaciones del escultor, hasta que en 1982 le llegó el encargo de realizar un gran monumento en su honor y colocarlo en la ciudad de Santa Clara.
“A finales de la década de los 60 del pasado siglo elaboré una serie de 15 ó 20 pequeñas esculturas que se reprodujeron en cerámica. Entre 1970 y 1971 realicé también decenas de imágenes diferentes del Guerrillero Heroico, multiplicadas posteriormente en ese mismo material. Esas obras se reprodujeron luego en bronce para entregarlas a cada uno de los diputados, cuando en 1976 se realizó la primera sesión del Parlamento cubano.”
Tres años después el escultor realiza el monumento de la primera plaza construida después de la Revolución: la de la oriental provincia de Holguín. Ahí aparece el Che de cuerpo entero, al lado de Camilo Cienfuegos y José Martí, en medio del panorama de la historia de Cuba que expone esta obra.
También en el monumento de la Plaza de Bayamo, la segunda villa fundada en la Cuba y donde se cantó por primera vez el Himno Nacional, está presente la figura del Comandante Ernesto Guevara.
En 1980 un bajo relieve del héroe cubano argentino asciende al cosmos como parte de los objetos que el astronauta Arnaldo Tamayo lleva en su viaje interestelar.
Internacionalista, como su pensamiento, las imágenes del Che creadas por Delarra están presentes en la geografía africana, en Luanda, donde en un monumento dedicado en 1990 a la hermandad cubano angolana aparece su efigie.
“Soy un hombre que viví en la época del Che, respiré el mismo aire que él: el del triunfo de la Revolución y de las ideas revolucionarias. Su espíritu e ideas de internacionalismo y desprendimiento me llenaron.
“Han dicho en ocasiones que soy el cronista de la Revolución, pero en realidad soy un hombre del pueblo con la capacidad de hacer obras plásticas, históricas y ambientales, pero revolucionarias. He expresado esas ideas a través de las figuras del general mambí Antonio Maceo, el apóstol José Martí (presente en una gran parte de su obra) y Máximo Gómez (el dominicano que dedicó su vida a la independencia de Cuba).
“Todas esas esculturas, dentro o fuera del país fueron levantadas con la participación voluntaria de la población. Eso también es un reflejo del espíritu del Che.”
Cuanto Delarra ha hecho es el fruto de un serio trabajo de investigación y de profundización de la historia, pero también de la técnica, de la ciencia y de la estética plástica y arquitectónica.
“Cada monumento ha requerido del trabajo multidisciplinario de muchos especialistas que han formado parte de su realización”, explica el escultor.
Una obra instalada en Nagazaki, como homenaje a las víctimas del bombardeo atómico norteamericano de 1945, y un monumento a la historia de México en este último país, también forman parte de esas ideas del Che, de Fidel y de Martí que han inspirado la creación de tan grandiosas obras artísticas en José Delarra.

El monumento al Che












“No esculpí simplemente al Che de Santa Clara, aunque tiene su brazo izquierdo enyesado, como en aquellos días. Este elemento también indica que el guerrillero lleva el hospital a cuestas; se hiere y continúa su camino.”
Es este quizás el complejo monumentario más grande que exista dedicado a un hecho histórico y a un personaje. Allí hay un monumento y un memorial. Cuando se produce el hallazgo de los restos del Che y sus compañeros el escultor modela también los rostros de los 38 combatientes caídos en Bolivia (bolivianos, cubanos y peruanos), y que reposan hoy en este sitio.
“La adecuación de ese espacio fue posible gracias a que al concebir arquitectónicamente el monumento original, habíamos previsto esos espacios para museo y salón de actividades.”
La escultura del Che de Santa Clara es de un realismo impresionante, mientras que otras como la de la Loma del Capiro y del Tren blindado, partes de ese conjunto monumental que abarca un área de 100 kilómetros de extensión, tienen una concepción geométrica no figurativa, porque “lo más importante es conseguir el objetivo que uno quiere alcanzar en cada obra, no qué estilo se utilice”, explica el artista plástico muchas veces denominado el escultor del Che.
Seis años de intenso trabajo, con la participación continua de los pobladores del lugar y un importante equipo de colaboradores profesionales culminaba en 1988 con el izamiento de la figura del Che, y la colocación en su pedestal.
“Fue un momento muy difícil, porque iba a levantarse una escultura de 20 toneladas a 30 metros de altura y su base tenía que quedar ajustada por 12 pernos (con una tolerancia de un milímetro) sin forzar ni estropear nada.
“En la medida que la figura se iba elevando, miles de personas se acercaban al lugar, como si las hubiésemos convocado. Hoy esa escultura es conocida en el mundo entero y visitada permanentemente por persona de todas las latitudes. Esa es una gran satisfacción.”

Pinceles en las manos del escultor

“Mi pintura es completamente distinta a mi escultura. Nadie puede identificar al escultor por el pintor o el grabador. Estas manifestaciones se diferencian tanto o más que la poesía y la novela. Puede haber un poeta incapaz de redactar una novela o un novelista que no pueda escribir un poema.
“Si me atengo a las características de mi obra me autodefino como un pintor colorista; cuando no me importa la tridimensión; mi pintura no es escultura ni dibujo coloreado, es pintura por sí misma.
“Al pintar recurro a tres temas fundamentales, la mujer, el caballo y el gallo. El caballo, lo mezclo subliminalmente con los mambises y la idea de la independencia. A veces el caballo deja de serlo para convertirse en hombre, como cuando viene a besar a una mujer. Mi gallo es el de corral, no el de pelea, es el que defiende su entorno y su gallinero. La mujer es el nexo entre todas esas cosas: el amor, la procreación, la inspiración, la sal de la vida.













De la colección mujeres, gallos y caballos. Óleo sobre lienzo.



“En la escultura no llevo esas mismas motivaciones, ni siquiera iguales temas. Puedo hacer caballos, mujeres, pero más concretos. La tridimensión que hay que darle no siempre permite dar paso a la ilusión óptica. Es volumen hecho, conformado, que se ubica en determinado espacio o contexto y en todo caso puede ser relacionada con los elementos que la circundan. Sin embargo, la pintura es poesía, simbolismo, sutileza. La escultura es la novela y la pintura es la poesía, los sueños. En mí ambas están indisolublemente unidas. Yo soy un escultor que pinta.”
(Publicado en la revista Habanera, del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, 2001)

miércoles, 7 de julio de 2010

Delarra en Gijón

 José Delarra a pocos días de la inauguración de su monumento a José Martí en Gijón, Asturias (1995)