El conjunto monumentario en homenaje al Guerrillero Heroico,
de Santa Clara, arriba el próximo año a sus tres décadas de existencia. Hijo de
un proyecto original y realización artística del escultor José Delarra, pero,
¿cómo fue construido y quiénes participaron? ¿Cuántas personas lo visitan hoy?
¿En qué consistió su reciente restauración?
Por FLOR DE PAZ
Esculpir grandes figuras fue uno de los sueños de José
Delarra, desde que a sus 20 años tuvo la oportunidad de contemplar la
monumentaria europea renacentista y moderna. Un periplo en autostop por las
principales ciudades de ese continente, dejó trazas perdurables en su talento
creativo.
Pero fue casi un par de décadas más tarde, en 1976, cuando
le llegó por primera vez la oportunidad de atizar ese deseo. Con una escultura
de Máximo Gómez, de cuatro metros de alto por tres de ancho, inauguró una de
las más prominentes etapas de su vida artística.
En los años anteriores, Delarra estuvo enfrascado en una
profusión de labores organizativas de la Cultura en el país. Y, aunque no
detuvo su quehacer en la plástica, trabajó en obras de pequeño y mediano
tamaño.
Personajes históricos y sus proezas fueron inspiración
recurrente para el creador, pero entre quienes más llevó a sus esculturas
estuvo el Che Guevara, incluso antes de que cayera en Bolivia.
Delarra ya había modelado varias veces la imagen del
Guerrillero cuando, a mediados de 1982, mientras daba los toques finales a la
Plaza de la Patria, en Bayamo, Víctor Bordón (compañero del Che), le hizo
llegar la encomienda de hacer un monumento al héroe en la Ciudad de Santa
Clara.
Y Delarra, que tantas veces tuvo la oportunidad de observar
en Florencia al David de Miguel Ángel Buonarroti, se sintió honrado por el
acierto de llegar a esculpir en gran formato la figura de un hombre cuyo
espíritu e ideas revolucionarias compartió. Entonces, ya contaba con la
experiencia de cuatro grandes monumentos: dos en México, la Plaza de Holguín y
la de Bayamo.
La escultura del Che de cuerpo entero tomó forma pocos meses
después en plastilina, en el estudio del artista, en la Habana Vieja; un boceto
de mediano formato y 2.25 metros de altura, luego vaciado en yeso. En ejercicio
simultáneo, Delarra elaboró una maqueta del futuro monumento.
Al taller de la calle O´Reilly no faltaron en aquellos días
visitas imprescindibles: Ernesto Guevara Lynch, Aleida March, y algunos
compañeros del Che; entre ellos, Harry Villegas y el comandante de la
Revolución Ramiro Valdés.
Una nueva etapa, la de esculpir con el mismo material dúctil
la figura de 6.80 metros que hoy preside la Plaza, comenzó el 9 de mayo de 1985,
en una nave del barrio Manuelita, en las afueras de Santa Clara.
La mano de Gloria
“Delarra comenzó a modelar la escultura por la cara”,
escribió su esposa Gloria Leal Oliva, con su letra pequeña y diligente, en una
libreta de notas donde dejó constancia de detalles, inéditos hasta ahora.
“Trabaja en las manos y el torso. En la cara, falta darle un toque a la nariz y
la boca, pues los ojos ya están”.
Días más tarde, apuntó: “A pesar de no estar terminada, la
figura ya es una realidad, y parece que camina. Es impresionante y majestuosa.
Todos los trabajadores detuvimos nuestra labor para ir a verla. Nos sentimos
contentos, aunque Delarra todavía no está satisfecho”.
Siempre al tanto del resguardo de la memoria, Gloria también
plasmó en sus textos que el día 20 del mismo mes se comenzó a vaciar el primer
tramo de la escultura y que una semana después quedó totalmente hecho el molde.
“¡Así de intenso fue el trabajo!”, agregó al explicar que el
lunes 27, fueron retirados los moldes de la cabeza. “Están con Delarra
Chiquitico, Vikiko, Echemendía, Prado, Machado, Corrales y Pancho”.
Una jornada después, relata que, “al no haber compresor para
preparar los moldes, Wichi (el soldador) resolvió el problema con un balón de
oxígeno y una manguerita. Después se les untó grasa y ¡a vaciar!”.
Y el 29 de mayo refiere: “Se está trabajando duro. Todavía
quedan los moldes más difíciles porque son los que tienen mayor profundidad. En
la mañana se vaciaron 16 y por la tarde 20. La tarea de bajarlos de la figura
es más lenta, pues hay que cortar con la antorcha las cabillas que aprisionan
al molde”.
Transcurrido un mes, Gloria da cuenta de la unión y retoque
de los moldes de la escultura del Che para enviarlos en huacales a la fundición
de Guanabacoa.
Fue en aquella nave del barrio Manuelita, donde se
ejecutaron todos los objetos escultóricos que hoy componen el Complejo,
incluidos los frisos. Las labores comenzaron el 9 de agosto de 1984 y se
extendieron 16 largos meses.
Un proyecto y maqueta que incluía las esculturas en la
Plaza, el vial, museo, salón de protocolo y centro de información, con memoria
descriptiva de los detalles y símbolos, los mismos que estaban en el monumento
inaugurado en 1988, habían sido presentados por Delarra previamente a las
autoridades villaclareñas.
El 25 de diciembre de 1985 –escribió el artista en una
cronología de fechas y hechos relacionados con la ejecución de dicho monumento–
ya estaba concluido todo el trabajo de taller y el proyecto ejecutivo de la
obra civil, la escultura del Che lista para fundir y las piezas de relieve
fundidas en hormigón. Las letras del monumento se hallaban en Placetas para ser
elaboradas con la misma aleación metálica. Faltaba entonces iniciar las
construcciones civiles.
Pero el movimiento de tierra en la Loma de la Tenería, el
lugar de emplazamiento, no comenzó hasta el 6 de abril de 1987, tras un período
de aparente calma en el que el artista no cejó en gestiones impulsoras del
avance de la obra y en la realización de otros dos de sus grandes monumentos:
el dedicado al general Antonio Maceo, en la Finca San Pedro, y la escultura
ecuestre de Máximo Gómez, en bronce, emplazada en la Academia de las FAR del
mismo nombre. También concluyó el de la Toma del tren blindado.
Once meses de ese mismo año costó la fundición de la
escultura del Che en bronce, así como su traslado en partes a Santa Clara para
su ensamblaje y soldaduras, anotó Delarra en una de sus agendas. Fue en la
fábrica de herrajes del municipio habanero de Guanabacoa. Allí, el periodista
Heriberto Rosabal, encontró fortuitamente al escultor, “junto a un grupo de
otros obreros”, publica Tribuna de La Habana el 8 de abril de 1988.
Y, “digo grupo de otros obreros” porque el artista,
respondiendo a una de mis preguntas, me dijo:
–No es que me sienta bien trabajando con ellos, como muchas
veces antes ha ocurrido; es que yo también soy un obrero. Además, este tipo de
obras no puede hacerlas uno solo.
— ¿Ni aun Miguel Ángel pudo hacer sus famosas esculturas sin
ayuda de otros?, inquirió Rosabal.
–Creo que no. Creo que es un mito. La escultura requiere un
esfuerzo físico muy grande para una sola persona.
Ese fue el año en que José Delarra llegó a sus cinco décadas
de vida y su energía vital le impelía al trabajo constante. Es bastante
probable que no imaginara que su existencia solo se extendería tres lustros
más, pero al observar su crecido currículo y la multiplicidad de acciones que
desarrollaba al mismo tiempo, puede evocarse a un hombre de gran fuerza
creativa movido por un talento impetuoso.
Quizás así pueda explicarse cómo el escultor, junto a la
terminación de la obra civil y el montaje de las piezas y textos del monumento,
pudo hacer además otros 11 (de mediano formato) en cada uno de los pueblos que
liberó el Che y sus compañeros durante la campaña de Las Villas, y crear, de
ese modo, un sistema de cien kilómetros cuadrados de homenaje.
El proyecto de Delarra
Versado en la ejecución de monumentos de grandes
dimensiones, José Delarra siempre concedió gran importancia al equipo
multidisciplinario asociado a estos proyectos. Y, asimismo ponderó y reconoció
el trabajo de sus integrantes.
Lo confirma Blanca Hernández, arquitecta, cercana
colaboradora del escultor entre agosto de 1984 y diciembre de 1988, quien
entregó a este trabajo todos sus conocimientos y fuerzas. Llegó cuando ya había
sido decidida la zona de emplazamiento, la construcción de la Plaza y de la
Avenida de los Desfiles. Y Delarra ya estaba modelando la figura y los murales
en plastilina en el taller de Manuelita. Entre ambos –asegura– siempre hubo una
relación de respeto mutuo.
–Como arquitecta decidí aceptar el desafío de hacer
edificable el proyecto que él había ideado, y nunca me he arrepentido, dice
Blanca sin sueños frustrados ni aprensiones que la inquieten.
“Él concibió todo el exterior del monumento, incluso las
formas que iba a tener la base; no solo los murales y la figura. En este caso,
hay un trabajo avanzado del escultor, muy poco frecuente.
“Acordamos que yo laboraría en el taller de Manuelita, para
facilitar el intercambio entre los dos. Allí permanecí desde los primeros días
de noviembre de 1984 hasta la mitad de enero del siguiente año. Me creó un
espacio dentro de la nave y recibí de sus manos una maqueta de madera, pequeña,
con escalonamientos, elaborada por él y también unos dibujos que hizo del
proyecto. Además, tenía entonces un criterio de la dimensión que quería darle a
la obra.
“Como a los 15 días, llevé conmigo a Abilio Martín, ingeniero
estructural, quien realizó todos los cálculos”, añade Blanca. “Al pasar del
tiempo, fue premiada la combinación constructiva que creamos entre los dos. Y
se halla entre las siete mejores obras de ingeniería en Villa Clara”.
Cuenta la arquitecta que en aquella etapa ella le hizo a
Delarra algunas propuestas de cambios que él aceptó. La primera, elevar la base
del terreno para ventilar las locaciones de abajo (el museo y la sala de
protocolo) y retirar hacia el interior las vigas y estructuras de esta. Otras
dos fueron: añadir el pretil que rodea al monumento para dar unidad a la base y
tapar la estructura y, además, agregar una tercera escalera en la parte de
atrás, que da acceso al monumento y al actual Memorial.
“Luego le planteé la idea de reducir la base del monumento,
pero él no estuvo de acuerdo”. Posteriormente, el proyecto sufrió otras
variaciones a partir de decisiones directivas: la disminución de la altura del
pedestal (de 18 a 10 metros), la eliminación de una torre y del poliedro”
(esfera de tres metros de diámetro que giraría sobre su eje); sin contar que en
sus orígenes se contempló la posibilidad de colocar la escultura en la Loma del
Capiro y de hacer un parque en vez de una plaza, dada las características del
terreno.
En cuanto al área de la Plaza, agrega Blanca, “Delarra había
previsto una dimensión general de ese espacio y algunas características, pero
el proyecto arquitectónico fue diseñado por Jorge Cao, de la Emproy 9. Y el
escultor estuvo de acuerdo con dicha propuesta”.
Una escultura osada
Seis años de labor intensa y de tensiones concluyeron el 28
de diciembre de 1988, con la inauguración hace casi 30 años del entonces
llamado Conjunto Monumentario, hoy Complejo Escultórico Comandante Ernesto Che
Guevara.
Ochenta cumpliría José Delarra en esta tercera década de su
obra mayor: no solo en dimensiones, sino en trascendencia. Un monumento que
tuvo en sus orígenes numerosas críticas en el entorno gremial, y que todavía
padece, con marcada recurrencia, de omisiones mediáticas en relación a su
autoría, entre otros descuidos y miradas encogidas.
Y puede ser lícito este parpadeo de larga pertinacia, si de
discernimientos estéticos o preferencias creativas se trata. Lo cierto es que
Delarra obró al héroe universal en su existencia imperecedera, más allá de
conceptualismos y miradas prejuiciosas, en una imagen vital del David de los
pensamientos progresistas del mundo.
Además, la oportunidad de poner en ese lugar de memoria los
restos del Che y sus compañeros (casi 10 años después de su inauguración), dio
total sentido a todo aquel trabajo de seis años, dijo el escultor al periodista
Carlos Rafael Jiménez, de Radio Rebelde.
La obra, sin embargo, también trasciende por sus valores
artísticos. Como monumento a un personaje histórico, esta escultura del Che es
atrevida. Su presentación es informal: tiene el brazo enyesado y un gesto del
andar cotidiano. Se torna mística debido al tratamiento del modelado, que
exhibe un cierto estilo expresionista, apreciable desde varios ángulos; y por
el alma que le puso el artista. Al observarse desde abajo, parece que al mismo
tiempo levita y se conecta con la realidad. La proyección de la escultura en el
espacio transmite una fuerza y energía que cautiva. Su factura no es, en
consecuencia, portadora del realismo frío de una estatua conmemorativa, como
algunos han querido estigmatizarla.
El Memorial, sitio donde desde 1997 reposan los restos de
los guerrilleros, tomó su área de aquel enorme salón de protocolo concebido en
la segunda fase del proyecto presentado por el escultor.
Los arquitectos Blanca Hernández y Jorge Cao fueron los
proyectistas de la nueva ocupación del espacio; Delarra concordó con el planteo
y, además, modeló los 38 rostros de los héroes que están en los nichos, aunque
no estaba previsto en la concepción de dichos especialistas.
El inolvidable Tom
Desde aquellos días en que se les llamó a requisar sus
estantes hogareños en busca de cualquier objeto de bronce que pudieran donar
para fundir la imagen tridimensional del Guerrillero, hasta las horas de
trabajo voluntario que muchos entregaron en los predios de la Loma de la
Tenería, saben los santaclareños que esta obra, en buena medida, les pertenece.
No fue casual entonces que, el 15 de julio de 1988, cuando la escultura del Che
en bronce, de 20 toneladas de peso, fue subida a su pedestal, mientras Delarra
velaba en la cima por su asiento preciso en cuatro pernos, se aglomeraran allí,
sin previa concertación o cita.
Son pasajes inolvidables de los que Tom, el fotógrafo del
Poder Popular, desde el helicóptero, el andamio o el piso, no perdió un detalle
en los más de 70 meses que duró el proceso. Ese día, también tomó instantáneas
memorables. Por eso, en las últimas horas de 1988, Delarra le escribió estas
palabras:
“El cariño más duradero nace con el trabajo, con el bregar
cotidiano, con el desinterés. Tú, dueño de todas estas cosas y algunas más, nos
obligas a tenerte siempre presente en cada foto que merece un comentario por su
calidad y por la anécdota de lo que aquel u otro día aconteció y cuánto reímos
o cuanta preocupación nos causó a todos la posibilidad del fracaso. Creo que lo
más importante que hemos realizado no es solo que las obras sean más bellas o
no, sino que al fin las realizamos y han sido aceptadas por el pueblo. Tú has
dejado constancia con tu cámara, con tu trabajo y tu paciencia, pero lo que no
has podido fotografiar es cuánto te queremos Gloria y yo”.
Testimonio inestimable (y desconocido para muchos) el que
dejó Tom, aquel hombre de baja estatura y sencillez profusa, para que esa
historia pudiera ser contada desde el ardor de la imagen. El escultor las
agrupó todas en un álbum de gran grosor y tamaño que no se halla dónde debe: en
el Complejo Escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, en Santa Clara. Porque
de allí es patrimonio documental.
Treinta días a la altura del Che
Una reciente restauración del monumento no pudo contar con
la mirada celosa de su creador, fallecido hace 14 años. Pero, en el desarrollo
del proceso tecnológico ejecutado, la dirección del lugar y otros implicados
del territorio, defendieron la permanencia de las manchas verdes que el bronce,
por su oxidación, ha provocado en las losas de Jaimanitas, cubierta del
pedestal. Entre esas personas, estuvo Blanca:
–Delarra las simbolizó como las raíces que está echando el
Che en la ciudad de Santa Clara y hemos hecho nuestra esa dilucidación del
escultor.
Preservar las huellas del metal sobre la piedra fue una
labor ardua, cuentan los que allí estuvieron. Más fácil hubiera sido quitarlas,
aseguran.
Pero, ¿quién y por qué hizo esta restauración? Las
respuestas llegan de su protagonista, el alemán Michael Diegman, propietario y
presidente de MD Projektmanagement GmbH, quien ha realizado varios trabajos en
la Isla.
Michael, con su habitual pantalón blanco y pulóver azul, al
pie de las paredes del Palacio de los Capitanes Generales, en la Habana Vieja,
donde dirige una limpieza de la piedra, explica:
–Fui de visita al Monumento del Che en Santa Clara y vi
cuanto necesitaba de una restauración de alta calidad, especialidad a la que me
dedico.
Entonces propuso hacer el trabajo y asumir todos los gastos
de materiales, herramientas y mano de obra, ascendente a unos 70 000 euros,
informa Sofía Martínez, de la dirección de Inversiones de la Oficina del
Historiador de la Ciudad. Un mes de labor intensa, devolvió al conjunto el
esplendor de sus primeros tiempos.
–Con agua y arena de vidrio a presión quitamos toda la
suciedad de los últimos 30 años en bajorrelieves y jardineras. Luego hicimos
una restauración y completamiento de diferentes morteros que habían sufrido
pérdidas con materiales muy parecidos a todo el sistema de piedra existente en
el lugar. Asimismo, limpiamos las letras y las superficies que las soportan.
Después, para quitar la corrosión y la suciedad de la escultura del Che,
utilizamos arena de vidrio y poca presión, nunca abrasivos ni decapantes.
Conservamos así el color verde sin brillo, propio del metal envejecido. Al
final, le aplicamos cera micro cristalina, que permitirá mantener el efecto de
la limpieza realizada.
–Y, ¿por qué lo hizo?
–En agradecimiento por la vida del Che, por lo que él hizo
por Cuba. Él era un extranjero como yo y vivió como un cubano. El Che para mí
significa muchas cosas. Y también lo hice por Fidel. Yo soy un fanático de
Fidel y el Che era su amigo, dijo Michael con su español dificultoso, pero en
claras palabras.
Por su parte, Dignober Nogueras, restaurador de la Oficina
del Historiador de La Habana y miembro del equipo encabezado por Diegman,
añadió que en el área del friso donde está la ruta de la invasión que condujo
el Che, había partes en que la conjunción del metal, el hormigón y la piedra
provocó importantes rupturas. “Tuvimos que pegar los pedazos y anclarlos sobre
la misma base de hormigón. Fue como una especie de rompecabezas”. También,
agregó, impermeabilizamos la base donde descansa la escultura del Che para que
no continuaran las filtraciones hacia el interior del pedestal, e incrementamos
el número de pernos que sujetan la figura.
Cuatro millones de miradas
El Complejo Escultórico dedicado al Che, según expresión de
Blanca Hernández, ha colocado a Santa Clara en el mapa del mundo. Y, tanto es
así que, desde 1988 hasta julio de 2017, cuatro millones 735 800 personas han
estado en el lugar, según datos ofrecidos por Maira Romero Bermúdez, su
directora.
Como evidencia de algunas de estas visitas, el pañuelo de
las madres de la Plaza de Mayo, un manojo de llaves de las cárceles de Pinochet
que un recluso juró llevar, cuando fuera libre, a donde estuviera el Che, y la
charretera de una camilita cubana, están entre los innumerables objetos que
aquí han dejado y que hemos agrupado en la denominada Colección Tributo”.
Ha sido un modo de honrar al revolucionario, desde la
experiencia de otras vidas. Porque es este un lugar de memoria. Un monumento
evocador del pensamiento y la acción del héroe. No un mausoleo. Aunque en sus
podios se hallen los restos de un hombre excepcional y de sus compañeros de la
guerrilla boliviana.