lunes, 9 de abril de 2018

COMPLEJO ESCULTÓRICO AL CHE: Una historia compartida



El conjunto monumentario en homenaje al Guerrillero Heroico, de Santa Clara, arriba el próximo año a sus tres décadas de existencia. Hijo de un proyecto original y realización artística del escultor José Delarra, pero, ¿cómo fue construido y quiénes participaron? ¿Cuántas personas lo visitan hoy? ¿En qué consistió su reciente restauración?
Por FLOR DE PAZ
Esculpir grandes figuras fue uno de los sueños de José Delarra, desde que a sus 20 años tuvo la oportunidad de contemplar la monumentaria europea renacentista y moderna. Un periplo en autostop por las principales ciudades de ese continente, dejó trazas perdurables en su talento creativo.
Pero fue casi un par de décadas más tarde, en 1976, cuando le llegó por primera vez la oportunidad de atizar ese deseo. Con una escultura de Máximo Gómez, de cuatro metros de alto por tres de ancho, inauguró una de las más prominentes etapas de su vida artística.
En los años anteriores, Delarra estuvo enfrascado en una profusión de labores organizativas de la Cultura en el país. Y, aunque no detuvo su quehacer en la plástica, trabajó en obras de pequeño y mediano tamaño.
Personajes históricos y sus proezas fueron inspiración recurrente para el creador, pero entre quienes más llevó a sus esculturas estuvo el Che Guevara, incluso antes de que cayera en Bolivia.
Delarra ya había modelado varias veces la imagen del Guerrillero cuando, a mediados de 1982, mientras daba los toques finales a la Plaza de la Patria, en Bayamo, Víctor Bordón (compañero del Che), le hizo llegar la encomienda de hacer un monumento al héroe en la Ciudad de Santa Clara.
Y Delarra, que tantas veces tuvo la oportunidad de observar en Florencia al David de Miguel Ángel Buonarroti, se sintió honrado por el acierto de llegar a esculpir en gran formato la figura de un hombre cuyo espíritu e ideas revolucionarias compartió. Entonces, ya contaba con la experiencia de cuatro grandes monumentos: dos en México, la Plaza de Holguín y la de Bayamo.
La escultura del Che de cuerpo entero tomó forma pocos meses después en plastilina, en el estudio del artista, en la Habana Vieja; un boceto de mediano formato y 2.25 metros de altura, luego vaciado en yeso. En ejercicio simultáneo, Delarra elaboró una maqueta del futuro monumento.
Al taller de la calle O´Reilly no faltaron en aquellos días visitas imprescindibles: Ernesto Guevara Lynch, Aleida March, y algunos compañeros del Che; entre ellos, Harry Villegas y el comandante de la Revolución Ramiro Valdés.
Una nueva etapa, la de esculpir con el mismo material dúctil la figura de 6.80 metros que hoy preside la Plaza, comenzó el 9 de mayo de 1985, en una nave del barrio Manuelita, en las afueras de Santa Clara.
La mano de Gloria
“Delarra comenzó a modelar la escultura por la cara”, escribió su esposa Gloria Leal Oliva, con su letra pequeña y diligente, en una libreta de notas donde dejó constancia de detalles, inéditos hasta ahora. “Trabaja en las manos y el torso. En la cara, falta darle un toque a la nariz y la boca, pues los ojos ya están”.
Días más tarde, apuntó: “A pesar de no estar terminada, la figura ya es una realidad, y parece que camina. Es impresionante y majestuosa. Todos los trabajadores detuvimos nuestra labor para ir a verla. Nos sentimos contentos, aunque Delarra todavía no está satisfecho”.
Siempre al tanto del resguardo de la memoria, Gloria también plasmó en sus textos que el día 20 del mismo mes se comenzó a vaciar el primer tramo de la escultura y que una semana después quedó totalmente hecho el molde.
“¡Así de intenso fue el trabajo!”, agregó al explicar que el lunes 27, fueron retirados los moldes de la cabeza. “Están con Delarra Chiquitico, Vikiko, Echemendía, Prado, Machado, Corrales y Pancho”.
Una jornada después, relata que, “al no haber compresor para preparar los moldes, Wichi (el soldador) resolvió el problema con un balón de oxígeno y una manguerita. Después se les untó grasa y ¡a vaciar!”.
Y el 29 de mayo refiere: “Se está trabajando duro. Todavía quedan los moldes más difíciles porque son los que tienen mayor profundidad. En la mañana se vaciaron 16 y por la tarde 20. La tarea de bajarlos de la figura es más lenta, pues hay que cortar con la antorcha las cabillas que aprisionan al molde”.
Transcurrido un mes, Gloria da cuenta de la unión y retoque de los moldes de la escultura del Che para enviarlos en huacales a la fundición de Guanabacoa.
Fue en aquella nave del barrio Manuelita, donde se ejecutaron todos los objetos escultóricos que hoy componen el Complejo, incluidos los frisos. Las labores comenzaron el 9 de agosto de 1984 y se extendieron 16 largos meses.
Un proyecto y maqueta que incluía las esculturas en la Plaza, el vial, museo, salón de protocolo y centro de información, con memoria descriptiva de los detalles y símbolos, los mismos que estaban en el monumento inaugurado en 1988, habían sido presentados por Delarra previamente a las autoridades villaclareñas.
El 25 de diciembre de 1985 –escribió el artista en una cronología de fechas y hechos relacionados con la ejecución de dicho monumento– ya estaba concluido todo el trabajo de taller y el proyecto ejecutivo de la obra civil, la escultura del Che lista para fundir y las piezas de relieve fundidas en hormigón. Las letras del monumento se hallaban en Placetas para ser elaboradas con la misma aleación metálica. Faltaba entonces iniciar las construcciones civiles.
 Pero el movimiento de tierra en la Loma de la Tenería, el lugar de emplazamiento, no comenzó hasta el 6 de abril de 1987, tras un período de aparente calma en el que el artista no cejó en gestiones impulsoras del avance de la obra y en la realización de otros dos de sus grandes monumentos: el dedicado al general Antonio Maceo, en la Finca San Pedro, y la escultura ecuestre de Máximo Gómez, en bronce, emplazada en la Academia de las FAR del mismo nombre. También concluyó el de la Toma del tren blindado.
Once meses de ese mismo año costó la fundición de la escultura del Che en bronce, así como su traslado en partes a Santa Clara para su ensamblaje y soldaduras, anotó Delarra en una de sus agendas. Fue en la fábrica de herrajes del municipio habanero de Guanabacoa. Allí, el periodista Heriberto Rosabal, encontró fortuitamente al escultor, “junto a un grupo de otros obreros”, publica Tribuna de La Habana el 8 de abril de 1988.
Y, “digo grupo de otros obreros” porque el artista, respondiendo a una de mis preguntas, me dijo:
–No es que me sienta bien trabajando con ellos, como muchas veces antes ha ocurrido; es que yo también soy un obrero. Además, este tipo de obras no puede hacerlas uno solo.
— ¿Ni aun Miguel Ángel pudo hacer sus famosas esculturas sin ayuda de otros?, inquirió Rosabal.
–Creo que no. Creo que es un mito. La escultura requiere un esfuerzo físico muy grande para una sola persona.
Ese fue el año en que José Delarra llegó a sus cinco décadas de vida y su energía vital le impelía al trabajo constante. Es bastante probable que no imaginara que su existencia solo se extendería tres lustros más, pero al observar su crecido currículo y la multiplicidad de acciones que desarrollaba al mismo tiempo, puede evocarse a un hombre de gran fuerza creativa movido por un talento impetuoso.
Quizás así pueda explicarse cómo el escultor, junto a la terminación de la obra civil y el montaje de las piezas y textos del monumento, pudo hacer además otros 11 (de mediano formato) en cada uno de los pueblos que liberó el Che y sus compañeros durante la campaña de Las Villas, y crear, de ese modo, un sistema de cien kilómetros cuadrados de homenaje.
El proyecto de Delarra
Versado en la ejecución de monumentos de grandes dimensiones, José Delarra siempre concedió gran importancia al equipo multidisciplinario asociado a estos proyectos. Y, asimismo ponderó y reconoció el trabajo de sus integrantes.
Lo confirma Blanca Hernández, arquitecta, cercana colaboradora del escultor entre agosto de 1984 y diciembre de 1988, quien entregó a este trabajo todos sus conocimientos y fuerzas. Llegó cuando ya había sido decidida la zona de emplazamiento, la construcción de la Plaza y de la Avenida de los Desfiles. Y Delarra ya estaba modelando la figura y los murales en plastilina en el taller de Manuelita. Entre ambos –asegura– siempre hubo una relación de respeto mutuo.
–Como arquitecta decidí aceptar el desafío de hacer edificable el proyecto que él había ideado, y nunca me he arrepentido, dice Blanca sin sueños frustrados ni aprensiones que la inquieten.
“Él concibió todo el exterior del monumento, incluso las formas que iba a tener la base; no solo los murales y la figura. En este caso, hay un trabajo avanzado del escultor, muy poco frecuente.
“Acordamos que yo laboraría en el taller de Manuelita, para facilitar el intercambio entre los dos. Allí permanecí desde los primeros días de noviembre de 1984 hasta la mitad de enero del siguiente año. Me creó un espacio dentro de la nave y recibí de sus manos una maqueta de madera, pequeña, con escalonamientos, elaborada por él y también unos dibujos que hizo del proyecto. Además, tenía entonces un criterio de la dimensión que quería darle a la obra.
“Como a los 15 días, llevé conmigo a Abilio Martín, ingeniero estructural, quien realizó todos los cálculos”, añade Blanca. “Al pasar del tiempo, fue premiada la combinación constructiva que creamos entre los dos. Y se halla entre las siete mejores obras de ingeniería en Villa Clara”.
Cuenta la arquitecta que en aquella etapa ella le hizo a Delarra algunas propuestas de cambios que él aceptó. La primera, elevar la base del terreno para ventilar las locaciones de abajo (el museo y la sala de protocolo) y retirar hacia el interior las vigas y estructuras de esta. Otras dos fueron: añadir el pretil que rodea al monumento para dar unidad a la base y tapar la estructura y, además, agregar una tercera escalera en la parte de atrás, que da acceso al monumento y al actual Memorial.
“Luego le planteé la idea de reducir la base del monumento, pero él no estuvo de acuerdo”. Posteriormente, el proyecto sufrió otras variaciones a partir de decisiones directivas: la disminución de la altura del pedestal (de 18 a 10 metros), la eliminación de una torre y del poliedro” (esfera de tres metros de diámetro que giraría sobre su eje); sin contar que en sus orígenes se contempló la posibilidad de colocar la escultura en la Loma del Capiro y de hacer un parque en vez de una plaza, dada las características del terreno.
En cuanto al área de la Plaza, agrega Blanca, “Delarra había previsto una dimensión general de ese espacio y algunas características, pero el proyecto arquitectónico fue diseñado por Jorge Cao, de la Emproy 9. Y el escultor estuvo de acuerdo con dicha propuesta”.
Una escultura osada
Seis años de labor intensa y de tensiones concluyeron el 28 de diciembre de 1988, con la inauguración hace casi 30 años del entonces llamado Conjunto Monumentario, hoy Complejo Escultórico Comandante Ernesto Che Guevara.
Ochenta cumpliría José Delarra en esta tercera década de su obra mayor: no solo en dimensiones, sino en trascendencia. Un monumento que tuvo en sus orígenes numerosas críticas en el entorno gremial, y que todavía padece, con marcada recurrencia, de omisiones mediáticas en relación a su autoría, entre otros descuidos y miradas encogidas.

Y puede ser lícito este parpadeo de larga pertinacia, si de discernimientos estéticos o preferencias creativas se trata. Lo cierto es que Delarra obró al héroe universal en su existencia imperecedera, más allá de conceptualismos y miradas prejuiciosas, en una imagen vital del David de los pensamientos progresistas del mundo.
Además, la oportunidad de poner en ese lugar de memoria los restos del Che y sus compañeros (casi 10 años después de su inauguración), dio total sentido a todo aquel trabajo de seis años, dijo el escultor al periodista Carlos Rafael Jiménez, de Radio Rebelde.
La obra, sin embargo, también trasciende por sus valores artísticos. Como monumento a un personaje histórico, esta escultura del Che es atrevida. Su presentación es informal: tiene el brazo enyesado y un gesto del andar cotidiano. Se torna mística debido al tratamiento del modelado, que exhibe un cierto estilo expresionista, apreciable desde varios ángulos; y por el alma que le puso el artista. Al observarse desde abajo, parece que al mismo tiempo levita y se conecta con la realidad. La proyección de la escultura en el espacio transmite una fuerza y energía que cautiva. Su factura no es, en consecuencia, portadora del realismo frío de una estatua conmemorativa, como algunos han querido estigmatizarla.
El Memorial, sitio donde desde 1997 reposan los restos de los guerrilleros, tomó su área de aquel enorme salón de protocolo concebido en la segunda fase del proyecto presentado por el escultor.
Los arquitectos Blanca Hernández y Jorge Cao fueron los proyectistas de la nueva ocupación del espacio; Delarra concordó con el planteo y, además, modeló los 38 rostros de los héroes que están en los nichos, aunque no estaba previsto en la concepción de dichos especialistas.
El inolvidable Tom
Desde aquellos días en que se les llamó a requisar sus estantes hogareños en busca de cualquier objeto de bronce que pudieran donar para fundir la imagen tridimensional del Guerrillero, hasta las horas de trabajo voluntario que muchos entregaron en los predios de la Loma de la Tenería, saben los santaclareños que esta obra, en buena medida, les pertenece. No fue casual entonces que, el 15 de julio de 1988, cuando la escultura del Che en bronce, de 20 toneladas de peso, fue subida a su pedestal, mientras Delarra velaba en la cima por su asiento preciso en cuatro pernos, se aglomeraran allí, sin previa concertación o cita.
Son pasajes inolvidables de los que Tom, el fotógrafo del Poder Popular, desde el helicóptero, el andamio o el piso, no perdió un detalle en los más de 70 meses que duró el proceso. Ese día, también tomó instantáneas memorables. Por eso, en las últimas horas de 1988, Delarra le escribió estas palabras:
“El cariño más duradero nace con el trabajo, con el bregar cotidiano, con el desinterés. Tú, dueño de todas estas cosas y algunas más, nos obligas a tenerte siempre presente en cada foto que merece un comentario por su calidad y por la anécdota de lo que aquel u otro día aconteció y cuánto reímos o cuanta preocupación nos causó a todos la posibilidad del fracaso. Creo que lo más importante que hemos realizado no es solo que las obras sean más bellas o no, sino que al fin las realizamos y han sido aceptadas por el pueblo. Tú has dejado constancia con tu cámara, con tu trabajo y tu paciencia, pero lo que no has podido fotografiar es cuánto te queremos Gloria y yo”.
Testimonio inestimable (y desconocido para muchos) el que dejó Tom, aquel hombre de baja estatura y sencillez profusa, para que esa historia pudiera ser contada desde el ardor de la imagen. El escultor las agrupó todas en un álbum de gran grosor y tamaño que no se halla dónde debe: en el Complejo Escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, en Santa Clara. Porque de allí es patrimonio documental.
Treinta días a la altura del Che
Una reciente restauración del monumento no pudo contar con la mirada celosa de su creador, fallecido hace 14 años. Pero, en el desarrollo del proceso tecnológico ejecutado, la dirección del lugar y otros implicados del territorio, defendieron la permanencia de las manchas verdes que el bronce, por su oxidación, ha provocado en las losas de Jaimanitas, cubierta del pedestal. Entre esas personas, estuvo Blanca:
–Delarra las simbolizó como las raíces que está echando el Che en la ciudad de Santa Clara y hemos hecho nuestra esa dilucidación del escultor.
Preservar las huellas del metal sobre la piedra fue una labor ardua, cuentan los que allí estuvieron. Más fácil hubiera sido quitarlas, aseguran.
Pero, ¿quién y por qué hizo esta restauración? Las respuestas llegan de su protagonista, el alemán Michael Diegman, propietario y presidente de MD Projektmanagement GmbH, quien ha realizado varios trabajos en la Isla.
Michael, con su habitual pantalón blanco y pulóver azul, al pie de las paredes del Palacio de los Capitanes Generales, en la Habana Vieja, donde dirige una limpieza de la piedra, explica:
–Fui de visita al Monumento del Che en Santa Clara y vi cuanto necesitaba de una restauración de alta calidad, especialidad a la que me dedico.
Entonces propuso hacer el trabajo y asumir todos los gastos de materiales, herramientas y mano de obra, ascendente a unos 70 000 euros, informa Sofía Martínez, de la dirección de Inversiones de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Un mes de labor intensa, devolvió al conjunto el esplendor de sus primeros tiempos.
–Con agua y arena de vidrio a presión quitamos toda la suciedad de los últimos 30 años en bajorrelieves y jardineras. Luego hicimos una restauración y completamiento de diferentes morteros que habían sufrido pérdidas con materiales muy parecidos a todo el sistema de piedra existente en el lugar. Asimismo, limpiamos las letras y las superficies que las soportan. Después, para quitar la corrosión y la suciedad de la escultura del Che, utilizamos arena de vidrio y poca presión, nunca abrasivos ni decapantes. Conservamos así el color verde sin brillo, propio del metal envejecido. Al final, le aplicamos cera micro cristalina, que permitirá mantener el efecto de la limpieza realizada.
 –Y, ¿por qué lo hizo?
–En agradecimiento por la vida del Che, por lo que él hizo por Cuba. Él era un extranjero como yo y vivió como un cubano. El Che para mí significa muchas cosas. Y también lo hice por Fidel. Yo soy un fanático de Fidel y el Che era su amigo, dijo Michael con su español dificultoso, pero en claras palabras.
Por su parte, Dignober Nogueras, restaurador de la Oficina del Historiador de La Habana y miembro del equipo encabezado por Diegman, añadió que en el área del friso donde está la ruta de la invasión que condujo el Che, había partes en que la conjunción del metal, el hormigón y la piedra provocó importantes rupturas. “Tuvimos que pegar los pedazos y anclarlos sobre la misma base de hormigón. Fue como una especie de rompecabezas”. También, agregó, impermeabilizamos la base donde descansa la escultura del Che para que no continuaran las filtraciones hacia el interior del pedestal, e incrementamos el número de pernos que sujetan la figura.
Cuatro millones de miradas
El Complejo Escultórico dedicado al Che, según expresión de Blanca Hernández, ha colocado a Santa Clara en el mapa del mundo. Y, tanto es así que, desde 1988 hasta julio de 2017, cuatro millones 735 800 personas han estado en el lugar, según datos ofrecidos por Maira Romero Bermúdez, su directora.
Como evidencia de algunas de estas visitas, el pañuelo de las madres de la Plaza de Mayo, un manojo de llaves de las cárceles de Pinochet que un recluso juró llevar, cuando fuera libre, a donde estuviera el Che, y la charretera de una camilita cubana, están entre los innumerables objetos que aquí han dejado y que hemos agrupado en la denominada Colección Tributo”.
Ha sido un modo de honrar al revolucionario, desde la experiencia de otras vidas. Porque es este un lugar de memoria. Un monumento evocador del pensamiento y la acción del héroe. No un mausoleo. Aunque en sus podios se hallen los restos de un hombre excepcional y de sus compañeros de la guerrilla boliviana.

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