Por Liliana Lima

Yo, atenta a sus consejos y enseñanzas, aprendí a usar un pincel para cada color y mantener así el color limpio. Aquel día, dibujamos y pintamos juntos sobre un lienzo montado por él que sacó para la ocasión. Viví y disfruté ese momento como si supiera que lo guardaría en mi memoria para toda la vida como un instante especial.
Un tiempo después volví a la Plaza del Ché, fue realmente emocionante verla terminada, aún desde lejos se veía el Ché. En su postura, parecía que aún estaba defendiendo a Santa Clara. Habían pasado muchos años desde mi primera visita a esa ciudad y el monumento se había engrandecido con la llegada de los restos del héroe.
Para ese acontecimiento mi abuelo realizó un gran número de relieves que hoy identifican a cada uno de los nichos de los restos de los guerrilleros que se encuentran allí. Al salir del Monumento tuve, una vez más esa sensación de orgullo y respeto que me ponía los pelos de punta, estaba ante la obra más grande de un maravilloso artista y yo tenía la suerte de ser su nieta.
Es por esa semilla de amor y arte que él plantó en mí, y por el gran artista que fue, que homenajeamos permanentemente a su obra, y parte de ese fin este sencillo blog que alimentamos toda su familia y otros que también tuvieron el privilegio de compartir con él y conocer su obra.
Fomentar el conocimiento de su pintura, su escultura, sus grabados y sus monumentos, es una de los objetivos que más nos impulsa a la realización de diversas actividades, como lo fueron El Zapatazo de Delarra y Delarreando en tres tiempos.
Y me acuerdo al escribir estas líneas del prólogo de un libro de la escritora cubana Excilia Saldaña, La noche, que de pequeña mi madre tanto me leía, y me veo proyectada en ella cuando dedica su obra a la noche y a su abuela. Sea esta la primera página de miles que dedique al arte y a mi abuelo.
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